Los obreros, armados muchos de ellos con fusiles procedentes de la chatarra del taller de Acero de la Fábrica de Mieres, y con escopetas y pistolas, se disponían a atacar el cuartel cuando encontraron tres guardias en la carretera, a los que atacaron simultáneamente pero sin lograr herirles. Estos, lejos de defenderse, huyeron, refugiándose en el cuartel.
A las dos de la mañana principió el ataque organizado contra el cuartel pero sin resultados prácticos, ya que los revolucionarios no eran un número considerable para la fuerza que allí se encontraba. Persuadidos los asaltantes de la inutilidad y hasta del peligro que representaba un ataque decidido, establecieron puestos de vigilancia a fin de impedir la huida a los sitiados, durando esta situación hasta las seis de la mañana. A esa hora llegaron algunos revolucionarios portando grandes cantidades de dinamita procedentes de los polvorines de las empresas mineras que allí existen, conocidas por "El Fayen" y "El Caudal".
A las primeras explosiones de dinamita, los sitiados pusieron bandera blanca, pidiendo parlamentar con los revolucionarios. El brigada, llamado Manzanares, comandante del puesto, les pidió que cesasen el ataque ya que la revolución no había estallado en ninguna parte de España, estando por tanto engañados. Le respondieron los obreros diciéndole que se rindiese si no querían morir, porque la Revolución había estallado en toda España y el único cuartel que quedaba sin tomar era el de Olloniego.
En vista de la terquedad de los sitiados de no querer rendirse, se reanudó la pelea. Nuevamente funcionó la dinamita con su estruendo horrísono. Los atacantes serían unos cuarenta, mal armados, no siendo faena fácil la de rendir un cuartel defendido por dieciocho guardias y tres clases; pero la voz de la dinamita es aterradora para esta gente pusilánime, que solamente demuestran valor cuando apalean a indefensas víctimas. Ante las formidables detonaciones que estremecían el edificio hasta su base, pidieron nuevamente parlamento; pero, vista su decisión de no rendirse, les dieron veinte minutos de término para que ordenasen la salida de las mujeres y los niños. Los revolucionarios no querían derramar sangre de inocentes. Así lo hicieron saber antes de emprender nuevamente el ataque. Se rociaron las puertas con gasolina, pero la explosión de una bomba apagó el fuego. De nuevo quisieron parlamentar, pero no se les atendió, comprendiendo que lo que querían era hacer tiempo, con la esperanza de que llegasen fuerzas de Oviedo, por ser este el puesto de la Guardia civil más próximo a la capital en carretera Gijón-Adanero, aunque la línea telefónica estaba cortada.
En lo más álgido de la pelea, cuando alternaban los disparos de fusil y escopeta con las explosiones de dinamita, apareció en la puerta una mujer, loca de dolor, llevando dos niños, uno en cada brazo. Los revolucionarios cesaron de hacer fuego como movidos por un resorte.
Esta pobre mujer, loca de terror, se refugió en el caño con las dos criaturas, completamente aterrorizadas. Aprovechando este alto en la lucha, se asomaron al balcón dos guardias, diciendo que no tirasen más, pues ya que los jefes habían huido, ellos se entregaban. Uno de ellos, llamado Constante, arengó a los demás para que se rindiesen. Lo de la huida de los jefes no era cierto. El brigada Manzanares, el subteniente y dos guardias más, habían salido por la parte trasera del edificio a ocupar posiciones.
Debe tenerse en cuenta que dicho cuartel está situado a la orilla de la carretera que sigue al fondo del valle, por la parte oriental del cuartel. La parte trasera del edificio linda con unos prados con setos y mucha arboleda en sus linderos, y un poco más allá un castañero, cuyos árboles les podrían servir de parapeto. El terreno es pendiente, de manera que, saliendo por aquel lado, mientras que los otros entretenían a los obreros, podían tomar posiciones ventajosas, hostilizándolos desde allí a fin de cogerlos entre dos fuegos si lograban los guardias entretenerlos y ellos subir a la ladera indicada. Pero los revolucionarios, que conocían todos estos detalles, al darse cuenta de lo que se intentaba, subieron algunos de ellos al castañero, disparando contra los que salían por aquel lado. Hirieron de gravedad al brigada Manzanares. Caído éste, los demás ya no hicieron resistencia, rindiéndose los diciocho guardias, el cabo y el subteniente.
Fernando Solano Palacio: La Revolución de octubre. 15 días de comunismo libertario en Asturias. Barcelona, Ediciones "El luchador", sin fecha (pero 1935), páginas 41 a 44.
NOTA: La foto de Fernando Solano Palacio que he publicado arriba está tomada de la obra de Paco Ignacio Taibo II, quien erróneamente lo llama "Vicente" tanto en el pie de foto como en el resto de sus referencias.
A las dos de la mañana principió el ataque organizado contra el cuartel pero sin resultados prácticos, ya que los revolucionarios no eran un número considerable para la fuerza que allí se encontraba. Persuadidos los asaltantes de la inutilidad y hasta del peligro que representaba un ataque decidido, establecieron puestos de vigilancia a fin de impedir la huida a los sitiados, durando esta situación hasta las seis de la mañana. A esa hora llegaron algunos revolucionarios portando grandes cantidades de dinamita procedentes de los polvorines de las empresas mineras que allí existen, conocidas por "El Fayen" y "El Caudal".
A las primeras explosiones de dinamita, los sitiados pusieron bandera blanca, pidiendo parlamentar con los revolucionarios. El brigada, llamado Manzanares, comandante del puesto, les pidió que cesasen el ataque ya que la revolución no había estallado en ninguna parte de España, estando por tanto engañados. Le respondieron los obreros diciéndole que se rindiese si no querían morir, porque la Revolución había estallado en toda España y el único cuartel que quedaba sin tomar era el de Olloniego.
En vista de la terquedad de los sitiados de no querer rendirse, se reanudó la pelea. Nuevamente funcionó la dinamita con su estruendo horrísono. Los atacantes serían unos cuarenta, mal armados, no siendo faena fácil la de rendir un cuartel defendido por dieciocho guardias y tres clases; pero la voz de la dinamita es aterradora para esta gente pusilánime, que solamente demuestran valor cuando apalean a indefensas víctimas. Ante las formidables detonaciones que estremecían el edificio hasta su base, pidieron nuevamente parlamento; pero, vista su decisión de no rendirse, les dieron veinte minutos de término para que ordenasen la salida de las mujeres y los niños. Los revolucionarios no querían derramar sangre de inocentes. Así lo hicieron saber antes de emprender nuevamente el ataque. Se rociaron las puertas con gasolina, pero la explosión de una bomba apagó el fuego. De nuevo quisieron parlamentar, pero no se les atendió, comprendiendo que lo que querían era hacer tiempo, con la esperanza de que llegasen fuerzas de Oviedo, por ser este el puesto de la Guardia civil más próximo a la capital en carretera Gijón-Adanero, aunque la línea telefónica estaba cortada.
En lo más álgido de la pelea, cuando alternaban los disparos de fusil y escopeta con las explosiones de dinamita, apareció en la puerta una mujer, loca de dolor, llevando dos niños, uno en cada brazo. Los revolucionarios cesaron de hacer fuego como movidos por un resorte.
Esta pobre mujer, loca de terror, se refugió en el caño con las dos criaturas, completamente aterrorizadas. Aprovechando este alto en la lucha, se asomaron al balcón dos guardias, diciendo que no tirasen más, pues ya que los jefes habían huido, ellos se entregaban. Uno de ellos, llamado Constante, arengó a los demás para que se rindiesen. Lo de la huida de los jefes no era cierto. El brigada Manzanares, el subteniente y dos guardias más, habían salido por la parte trasera del edificio a ocupar posiciones.
Debe tenerse en cuenta que dicho cuartel está situado a la orilla de la carretera que sigue al fondo del valle, por la parte oriental del cuartel. La parte trasera del edificio linda con unos prados con setos y mucha arboleda en sus linderos, y un poco más allá un castañero, cuyos árboles les podrían servir de parapeto. El terreno es pendiente, de manera que, saliendo por aquel lado, mientras que los otros entretenían a los obreros, podían tomar posiciones ventajosas, hostilizándolos desde allí a fin de cogerlos entre dos fuegos si lograban los guardias entretenerlos y ellos subir a la ladera indicada. Pero los revolucionarios, que conocían todos estos detalles, al darse cuenta de lo que se intentaba, subieron algunos de ellos al castañero, disparando contra los que salían por aquel lado. Hirieron de gravedad al brigada Manzanares. Caído éste, los demás ya no hicieron resistencia, rindiéndose los diciocho guardias, el cabo y el subteniente.
Fernando Solano Palacio: La Revolución de octubre. 15 días de comunismo libertario en Asturias. Barcelona, Ediciones "El luchador", sin fecha (pero 1935), páginas 41 a 44.
NOTA: La foto de Fernando Solano Palacio que he publicado arriba está tomada de la obra de Paco Ignacio Taibo II, quien erróneamente lo llama "Vicente" tanto en el pie de foto como en el resto de sus referencias.
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