En su libro titulado Prólogo a 1936 (Gijón, Editorial Richard Grandio, 1977, pp. 94-95), su amigo de juventud y periodista Ricardo Vázquez Prada nos deja un impagable retrato de Robustiano Hevia. Estamos en 1932:
Un día murió una muchacha en Santa Eulalia de Manzaneda. Fui al entierro. Entierro civil. No me importaba mucho. Era la hija de un amigo mío. En el cementerio, algunas mujeres del pueblo comenzaron a rezar. Pero aquellos rezos fueron interrumpidos por la palabra de Tano. Lo llamábamos Tano el Barbero. Tenía una peluquería en Olloniego. Y había formado conmigo la línea media del Nalón F.C.: Tano, yo Sabino o Julio Madera. Me maravilló la facilidad de palabra de Tano. No lo conocía yo en pláticas fúnebres. Y arremetió violentamente contra las brujas de la sacristía, que creían ganar el cielo con darse golpes de pecho y luego negar un pedazo de pan al jornalero. Al decir esto del jornalero, miró hacia donde yo estaba. Hacía años había cavado la tierra de unas pobres mujeres del pueblo. Y me habían dado cinco duros. Yo me consideré bien pagado. Pero Tano, consideraba que era un jornal mísero. Tano quería llevarme al socialismo. Un día me había dicho: "Tengo catecismos socialistas, que son mejores que los de la Iglesia. Si los lees, seguro que vienes con nosotros". Prometió el cielo para aquella hija de mi amigo que había muerto sin pecado. Luego dijo: "Bueno, eso del cielo, es un decir. Porque la verdad es que no hay cielo ni infierno". No era cosa de discutir.
No volví a ver a Tano. Sé que murió, con su mujer Balbina, después de la guerra, por una de las montañas de Asturias. Él se dedicaba al socialismo y había dejado de jugar al fútbol. Ni siquiera estuvo en las fiestas de Santa Eulalia -el último partido que jugué yo con el Nalón de Olloniego- cuando nos enfrentamos al Comercial de Tudela de Veguín y le ganamos por tres a dos una copa donada por la Comisión de Festejos.
Este episodio que relata Vázquez Prada puede ampliarse en sendos artículos de Robustiano Hevia y Belarmino García, minero y presidente de la Agrupación Socialista de La Mortera (pueblo cercano a Olloniego), publicados en Avance el 8 y el 10 de mayo de 1932 respectivamente. Los hechos ocurrieron del siguiente modo. El día 2 de mayo de 1932, con la autorización de las autoridades civiles competentes, iba a celebrarse el entierro civil de una muchacha llamada María Prada en el cementerio de Olloniego. El cura trató de impedir que la comitiva y el cadáver entraran en el cementerio mandando bloquear -la noche antes- la puerta de entrada del camposanto con unos tablones adosados sobre un gran montón de piedras. Según cuenta Belarmino García, mientras el pueblo trataba de penetrar en el recinto para dar sepultura a la muchacha, el párroco estaba subido a una colina cercana para observar los efectos de su obra. En el diario Región del 3 de mayo de 1932 apareció un suelto acusando a Tano y a otros de cometer el delito de saltar la tapia del cementerio, liberar las puertas y llevar finalmente a efecto el entierro civil aun sin el permiso de éste. Es entonces, durante dicho acto, cuando hay que situar el discurso de Tano al que se refiere Vázquez Prada.
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